El volante de 20 años parecía esquivar los lentes de las cámaras, que en cada disparo pretendían captar quizá el por qué de sus acciones. Pero estas no pueden ver más allá. Así que la prensa tuvo que esperar al término de la práctica para descubrirlo. Arroyo otra vez la ‘gambeteó’, pues se retiró a los vestuarios sin hablar, refutándoles a los fotógrafos por su acercamiento. “Ya, ya, ya, para qué tantas fotos”. Uno a uno comenzaron a desfilar por la puerta principal los jugadores azules y el implicado no aparecía. Por fin después de media hora salió de civil, sin vestir su típico uniforme blanco con celeste y rompió el silencio.

Habló del positivo que dio en la prueba antidopaje por residuos de marihuana en su orina, que le podría acarrear una dura sanción de dos años.

Según el jugador sus familiares le dijeron “que siga tranquilo, que están conmigo y que siga haciendo las cosas bien acá, porque igual voy a seguir entrenando con el club”. Según Quintana, Arroyo, quien vivía en la Cooperativa Esmeraldas Libre, en la calle 8 antes del primer puente de la vía Perimetral y que ahora habita en Los Samanes, al norte de la ciudad, deberá seguir una terapia de rehabilitación con el psiquiatra Wilson Cueva, para que abandone el consumo de esa sustancias.

Arroyo no desea ingresar a un centro especializado. “No quiero estar en esa rehabilitación, porque no soy ningún drogadicto como han manifestado. Sí usaba antes, pero eso ya pasó”, admitió con su habitual forma de hablar entrecortada.

El lateral izquierdo José Aguirre habló sobre su compañero Arroyo, señalando que “nos apena, porque Michael es un gran jugador y venía tratando de superar ese problema que tenía. Seguramente va a tener todo nuestro apoyo”.

El ex seleccionado Sub 20 dio la primera muestra de que sus supuestos amigos lo podrían enrumbar por malos pasos en abril pasado, cuando se vio relacionado en un secuestro exprés. El futbolista se embarcó en un taxi con unos conocidos, quienes lo dejaron en Samanes, luego se dirigieron a la Isla Trinitaria, donde despojaron de su vehículo al conductor Milton Oñate, a quien le amarraron las manos, le taparon la boca con una franela y lo arrojaron a una zanja.