martes, febrero 10, 2015
"La muerte de nuestra infancia"
Publicado a las 4:29:00 p. m. por webmaster
Tweet
Editorial de Ricardo Vasconcellos. Publicado por El Universo.
Jorge Ventura es un antiguo y ameritado periodista radicado hace muchos años en México, donde ha laborado en medios radiales, escritos y de televisión. Ejerció también, por un periodo muy largo, la corresponsalía de la revista El Gráfico cuando aparecía cada semana y era la favorita de quienes seguíamos el deporte mundial. Hace unos meses lo entrevistaron en la televisión mexicana y le preguntaron cuál era el recuerdo más triste que tenía de su labor profesional de más de medio siglo.
Ventura narró una anécdota. Dijo que un día se hallaba en un café de Buenos Aires tomando un capuccino y leyendo una revista cuando se acercó un amigo para darle una triste noticia: murió Juan Manuel Fangio, le dijo. Al instante Ventura empezó a llorar. ‘¿Qué te pasa, por qué lloras?’, le preguntó su amigo y el periodista contestó: “Es que acaba de morir mi infancia”.
Yo escribí hace poco una columna sobre la demolición de una tribuna del estadio Capwell (por la remodelación), único recuerdo que nos ligaba a un pasado romántico de habitúes del pequeño reducto de la calle San Martín, donde miles de muchachos iniciamos nuestro idilio con el fútbol. Me llegaron cientos de correos electrónicos y cuando la columna apareció en Facebook la respuesta fue masiva. Coincidimos todos en que, como en el tango Casas viejas, que musicalizó Francisco Canaro con letra de Yvo Pelay: “llegó el motor y su roncar, ordena que hay que salir. El tiempo cruel, con su buril, carcome y hay que morir”. Solo que lo que se lleva el motor y su roncar es nuestra infancia, como a Ventura con el deceso de Fangio.
Ventura narró una anécdota. Dijo que un día se hallaba en un café de Buenos Aires tomando un capuccino y leyendo una revista cuando se acercó un amigo para darle una triste noticia: murió Juan Manuel Fangio, le dijo. Al instante Ventura empezó a llorar. ‘¿Qué te pasa, por qué lloras?’, le preguntó su amigo y el periodista contestó: “Es que acaba de morir mi infancia”.
Yo escribí hace poco una columna sobre la demolición de una tribuna del estadio Capwell (por la remodelación), único recuerdo que nos ligaba a un pasado romántico de habitúes del pequeño reducto de la calle San Martín, donde miles de muchachos iniciamos nuestro idilio con el fútbol. Me llegaron cientos de correos electrónicos y cuando la columna apareció en Facebook la respuesta fue masiva. Coincidimos todos en que, como en el tango Casas viejas, que musicalizó Francisco Canaro con letra de Yvo Pelay: “llegó el motor y su roncar, ordena que hay que salir. El tiempo cruel, con su buril, carcome y hay que morir”. Solo que lo que se lleva el motor y su roncar es nuestra infancia, como a Ventura con el deceso de Fangio.
Álex Velarde, que fue arquero de barcelona, me observó que en mi columna no había hablado del Sudamericano de 1947 que tuvo como escenario el Capwell. Le contesté que había comentado solo lo que había visto entre 1952, en que me senté en la general, hasta 1959 en que dejó de usarse el estadio (se jugaron algunos partidos hasta 1960) para que el balompié se trasladara al Modelo. Rafael Santelices, quien junto a Nacho Aguirre, es el médico más futbolero que conozco, recordó que vivía cerca del Capwell y que en sus calles aledañas y en el césped del estadio jugó grandes partidos. Galo Pulido, cerebral jugador eléctrico de los tiempos del Ballet Azul, me escribió para decirme: “(el Capwell) Fue mi segunda casa y allí me hice futbolista”.
Puse en Facebook una foto de la selección argentina que vino al Sudamericano de 1947 y Silvio Devoto Passano, querido colega y amigo, se emocionó: “Tuve la suerte de disfrutar de casi todos los encuentros. El favorito de los aficionados fue Uruguay, pero la selección argentina arrasó con Cozzi (Diano); Marante (Colman), Sobrero (Palma); Yácono (Sastre), Perucca (Rossi), Pescia (Gutiérrez); Boyé (Cervino), Méndez (M. Fernández), Pontoni (Di Stéfano), Moreno (Campana), Loustau (Sued). El entrenador fue Guillermo Stábile)”.
En la misma línea, Jacinto Astudillo, exzaguero lateral de Emelec y de la selección del Vicente Rocafuerte, me contó: “Tuve la suerte de vivir esa etapa del fútbol. Qué calidad de jugadores, argentinos, uruguayos, peruanos, ecuatorianos, paraguayos. Qué bella foto, la guardaré en mi archivo”. En otra nota Álex Velarde me dice: “Nostalgia es lo que sentimos los que presenciamos grandes encuentros de fútbol en este legendario estadio y más aún para los que pisamos esa cancha por algún campeonato a disputar”.
No puedo poner todos los comentarios, pero entre la multitud recuerdo a Gustavo Yúnez, arquero de los juveniles de barcelona y hoy gran bolerista; Pedro Murrieta, crack de nuestro béisbol y capitán de LDE que ganó el título federativo de 1972 y Pedro Intriago, interior derecho de aquel famoso club guayaquileño que fue Estudiantes del Guayas.
Puse en Facebook una foto de la selección argentina que vino al Sudamericano de 1947 y Silvio Devoto Passano, querido colega y amigo, se emocionó: “Tuve la suerte de disfrutar de casi todos los encuentros. El favorito de los aficionados fue Uruguay, pero la selección argentina arrasó con Cozzi (Diano); Marante (Colman), Sobrero (Palma); Yácono (Sastre), Perucca (Rossi), Pescia (Gutiérrez); Boyé (Cervino), Méndez (M. Fernández), Pontoni (Di Stéfano), Moreno (Campana), Loustau (Sued). El entrenador fue Guillermo Stábile)”.
En la misma línea, Jacinto Astudillo, exzaguero lateral de Emelec y de la selección del Vicente Rocafuerte, me contó: “Tuve la suerte de vivir esa etapa del fútbol. Qué calidad de jugadores, argentinos, uruguayos, peruanos, ecuatorianos, paraguayos. Qué bella foto, la guardaré en mi archivo”. En otra nota Álex Velarde me dice: “Nostalgia es lo que sentimos los que presenciamos grandes encuentros de fútbol en este legendario estadio y más aún para los que pisamos esa cancha por algún campeonato a disputar”.
No puedo poner todos los comentarios, pero entre la multitud recuerdo a Gustavo Yúnez, arquero de los juveniles de barcelona y hoy gran bolerista; Pedro Murrieta, crack de nuestro béisbol y capitán de LDE que ganó el título federativo de 1972 y Pedro Intriago, interior derecho de aquel famoso club guayaquileño que fue Estudiantes del Guayas.
Cuando George Capwell hizo levantar el estadio había solo la tribuna de la calle San Martín, hecha con techo a dos aguas como las de Inglaterra, y la gradería de hierro y madera de General Gómez. Fue construido para béisbol, pasión de Capwell que gustaba poco del fútbol. A Guayaquil le había sido concedida la sede del campeonato Sudamericano (luego llamado Copa América) desde 1943 y los dirigentes empezaron la tarea de levantar un escenario que, como practicantes de una novelería que empezó en 1934, lo íbamos a llamar estadio Modelo.
Se elaboraron planos, se visitaron muchos lugares y al final se decidió que se lo levantara donde estaba el estadio Guayaquil, convertido hoy en Unamuno, diamante Yeyo Úraga y coliseo Abel Jiménez. Se consiguió un impuesto especial sobre las gaseosas para financiar el egreso, pero nunca se concretó el proyecto.
En auxilio del Sudamericano de Guayaquil acudió el Club Sport Emelec y su presidente, Enrique Baquerizo Valenzuela, quien ofreció el Capwell y pidió que el Municipio donara los terrenos necesarios en las calles Quito y Pío Montúfar para ampliar la general, lo cual se logró gracias al apoyo del alcalde Rafael Guerrero Valenzuela. El dinero lo puso el propio Emelec mediante un préstamo hecho al IESS. El club eléctrico nunca pidió resarcimiento por ese gasto y pagó el crédito con sus propios fondos. A mediados de 1947 el estadio estaba listo para recibir a las delegaciones.
En viejas crónicas de El Gráfico periodistas legendarios como Ricardo Lorenzo (Borocotó), Félix Daniel Frascara, Emilio Lafferranderie (El Veco) y Julio César Pasquato (Juvenal) dijeron siempre que ese Sudamericano de 1947 fue escenario del fútbol más bello y emotivo que jamás se haya visto, lo cual refuerza la opinión de Silvio Devoto.
Con la furia destructora de las máquinas, bajo las piedras, queda nuestra infancia. Es una consecuencia del progreso. Del viejo Capwell quedan muy pocas fotos. A los que conserven alguna, les pido, en nombre de la nostalgia, que me la envíen.
Se elaboraron planos, se visitaron muchos lugares y al final se decidió que se lo levantara donde estaba el estadio Guayaquil, convertido hoy en Unamuno, diamante Yeyo Úraga y coliseo Abel Jiménez. Se consiguió un impuesto especial sobre las gaseosas para financiar el egreso, pero nunca se concretó el proyecto.
En auxilio del Sudamericano de Guayaquil acudió el Club Sport Emelec y su presidente, Enrique Baquerizo Valenzuela, quien ofreció el Capwell y pidió que el Municipio donara los terrenos necesarios en las calles Quito y Pío Montúfar para ampliar la general, lo cual se logró gracias al apoyo del alcalde Rafael Guerrero Valenzuela. El dinero lo puso el propio Emelec mediante un préstamo hecho al IESS. El club eléctrico nunca pidió resarcimiento por ese gasto y pagó el crédito con sus propios fondos. A mediados de 1947 el estadio estaba listo para recibir a las delegaciones.
En viejas crónicas de El Gráfico periodistas legendarios como Ricardo Lorenzo (Borocotó), Félix Daniel Frascara, Emilio Lafferranderie (El Veco) y Julio César Pasquato (Juvenal) dijeron siempre que ese Sudamericano de 1947 fue escenario del fútbol más bello y emotivo que jamás se haya visto, lo cual refuerza la opinión de Silvio Devoto.
Con la furia destructora de las máquinas, bajo las piedras, queda nuestra infancia. Es una consecuencia del progreso. Del viejo Capwell quedan muy pocas fotos. A los que conserven alguna, les pido, en nombre de la nostalgia, que me la envíen.